SILENCIO EN EL AMANECER
El inicio de su historia como coleccionista se traslada al segundo año en la escuela de odontología, año en el que obtuvo su primer cráneo y estableció una relación conmigo.
No eramos mas que amigos, debía trabajar para cubrir los gastos de la universidad, su madre se mudo con su hermana tras el fallecimiento de su padre. Este había muerto dos semanas antes de los exámenes mensuales, y él jamas mostró dolor alguno. No lo supe hasta que decidió contármelo días antes de acabar el año.
Era esbelto, de cabellos castaños y ojos negros, como la noche azul.
Fue extraño sentir como aveces se convertía en un ser sin sombra, solía desaparecer algunos días de la universidad, era común en él, desde la partida de su padre. Meneses era complejo, pero de carácter grato.
Recuerdo la noche en la que con unos amigos fuimos a estudiar a su casa para los finales y observe en la esquina de la cocina un armario, la característica de este era que tenia tres cráneos de color blancos dentro de el.
Nació la curiosidad en mi, no eran los cráneos, era el color blanco con el que los había pintado.
No pregunte nada, tal vez era parte de un acto juvenil el pintar lo propio, pero la curiosidad ya me había embargado. Decidí callar y no prestarle mas atención, al fin y al cabo estábamos aquí para estudiar, mas no para indagar sobre su vida.
Luego de unas semanas de haber acabado el año en la universidad, Adalberto me invito a salir, me comento algunos proyectos y quehaceres rutinarios, propios de él, pero uno de ellos causo gran curiosidad en mi. Me contó que dos sábados por mes recorría algunos cementerios de la ciudad, era relajante e interesante recolectar los huesos que para él no tenían dueño, y que solo andaban regados sin utilidad alguna por aquellos nichos deteriorados por el tiempo.
Recordé lo visto en su casa, aquellos tres cráneos de color blanco, le pregunte por ellos, solo sonrió y expreso que era un rito de paz, no eran sus huesos y debía darle un tributo a sus dueños. Lo mire y tome con gracias sus palabras. Eramos un par de jóvenes juguetones y soñadores, no había nada de malo en todo lo que hacia con esos restos.
Algunos años pasaron desde mi cambio de universidad y esa ultima salida, donde los cementerios y los huesos fueron el tema principal. No había cambiado mucho, hacia poco tiempo que había terminado la universidad.
Era un hombre de grandes sueños, de gran nobleza, pero tan silencioso, que por momentos me hacia sentir como un sordo a su costado.
Su colección había crecido, había encontrado una utilidad para ellos, Adalberto Meneses se había convertido en todo un artista oseo, adornando su casa de todo aquel objeto que podía construir con los huesos, desde un marco para espejo, hasta un gran armario para cocina.
Nos casamos al año de volver a vernos, me parecía interesante lo que hacia Meneses con los huesos. Solo sabia que los conseguía en los cementerios, no me parecía extraño ni me causaba alguna duda, muchos estudiantes de ciencias de la salud lo hacen.
Medio año después de casarnos comencé a notar grandes diferencias, su colección era cada vez mas grande, lo sentía distante.
Construyó un pequeño cuarto en la casa, lo dejaba con candado todas las mañana antes de salir al trabajo, no comprendía porque lo hacia, tal vez escondía algo. Esto llamo mucho mi atención, y decidí investigar.
Una mañana como todas el salió al trabajo y olvido las llaves en el sofá, las cogí y revise el cuarto, vi muchos huesos, y en el fondo observe tres baldes a medio tapar, me acerque, los destape y quede impactada con el contenido, eran dos cabezas, una era de su prima y la otra de un desconocido. Solo atine a llorar y sentí como ese enfriaban mis poros.
Meneses era un asesino, un encubierto. Cuando supo de que ya me había enterado de lo que guardaba en ese cuarto, decidió doparme diariamente, para no delatar su delito.
El siempre escondió su real forma de ser, sus verdaderos propósitos en la vida, jamas me dejo comprenderlo, anduvo sigilosamente para no descubrirlo, su amor se convirtió en una penumbra en el amanecer de nosotros.
He aquí una pequeña narración de su vida, un pequeño cuento en el que solo plasmo los inicios de su pasión por los restos óseos, y tal vez parte del gran talento que tiene para convertirlos en objetos útiles. He aquí Adalberto Meneses, el hombre del que me enamore, el hombre de los ojos negros, como la noche azul.
Ávila Rodríguez, Roberto.
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